NAVARRADAS

Se acabó. A partir de ahora, para verlo jugar en directo, será de madrugada y por la televisión. O eso, o habrá que gastarse la pasta en viajes a Memphis, o habrá que esperar al próximo verano para que vuelva a ponerse la camiseta con la que suele colgarse oros, platas y bronces junto a sus amigos de quinta, cancha y cartas.
Navarro estuvo el jueves en el Palacio de los Deportes de Madrid, buscando su primera victoria como jugador NBA y despidiéndose de los que hasta ahora habíamos sido sus admiradores a tiempo completo. Que no es que vayamos a dejar de serlo, sino que desde noviembre tendremos que compartirlo con los americanos. Él lo ha querido así, y no nos queda otra que respetar su querencia. De momento, y en sólo dos semanas, ya le han buscado un nuevo mote para su nueva vida profesional. Se supone que seguirá haciendo entradas perdiendo o acortando el segundo paso mientras a una mano tira la pelota al techo del pabellón, pero por lo visto su compañero Miller ha decidido que a partir de ahora La Bomba sea ‘Instant Grill’; hecho al instante. Listo para llevar y comer, o para competir y anotar, en este caso.
Aunque uno siempre tuvo la sensación de que Juan Carlos, como jugador de baloncesto, era mucho más que eso. Cierto es que siempre ha estado ‘listo al instante’, y seguro que lo estará en la NBA, y es verdad que a todos nos conquistó ese peculiar tiro-recurso para evitar tapones. Pero llamándolo de una u otra manera, no hacemos más que nombrar el todo por alguna de sus partes. Y no son precisamente esas dos las que en mi opinión lo han distinguido como gran profesional de este deporte, sino, por encima de cualquier otra, la de ser un privilegiado jugador al que normalmente le llega mucho más oxígeno al cerebro que al resto de sus compañeros y rivales cuando los partidos se ponen cuesta arriba. Cuando en los momentos decisivos la cancha se queda sin aire, y los recursos sólo cuentan en manos de los verdaderos gana-partidos. De aquellos que tienen poderes otorgados por el equipo para firmar la actuación en nombre de todos, y con una victoria, a ser posible.
Los americanos podrán ver a partir de noviembre a un chico listo para competir, con un curioso recurso, pero sobre todo espero que puedan seguir disfrutando de un jugador capaz de poner su nombre por encima de todo un partido de baloncesto. Porque lo complicado de este juego, en realidad, no es tirar un globo al techo y meterla, sino que un partido igualado y decisivo acabe siendo finalmente una ‘navarrada’. Habrá que dormir menos este invierno.

-diario Público, octubre 2007-

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