EL ELEGIDO

Todo el mundo tiene derecho a sus 15 minutos de fama”, dijo Andy Warhol. Un evento inmejorable: la final de la Copa del Rey de baloncesto. Un escenario perfecto: el Palacio lleno con 15.000 espectadores. Unos protagonistas adecuados: 24 jugadores y dos entrenadores muy en forma. Un nudo: treinta y cinco minutos con dos estrategias perfectas. Y una última reflexión previa al incierto desenlace: el equipo me necesita, ¿tengo algo que ofrecer?
Lo realmente precioso de finales como esta, seguramente una de las más completas de la historia, es que se convierten en clásico al enlazar con el verdadero objetivo final del juego. Un atacante capaz de anotar y un defensor capaz de impedírselo. La grandeza de dos entrenadores como Ivanovic o Aíto, los directores de escena que nos han permitido saborear esta preciosa tarde de baloncesto, es que pusieron todos los elementos previos al servicio de sus jugadores, y durante diez minutos se echaron a un lado para que cualquiera de ellos pudieran preguntarse: ¿Seré yo? ¿Será este mi momento? Todos fueron probando: Archibald y Haislip en los verdes, Rakocevic y Teletovic en los baskonistas; pero finalmente sólo dos tenían la llave del partido: Gomis en Unicaja y Mickeal en el Tau. Su capacidad para desequilibrar fue la elegida por los directores
de escena. Era su momento. Eran los elegidos. Los focos fueron apartándose del resto para centrarse en ellos. Antes de la prórroga, apuntaron a Gomis, pero el aro escupió su tiro libre. Llegado el tiempo decisivo, sólo iluminaron a Mickeal.

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