RUDY, A CAMPO ABIERTO

En la semana de resaca de la Copa del Rey, después de una Final impactante por la emoción y el ritmo, quiero recuperar un artículo que escribí en PÚBLICO hace casi un año. En él hablaba de las bondades del ritmo alto propuesto por Aíto, y de los beneficios para un jugador del estilo de Rudy en el Joventut... y en los BLAZERS.
Aquí os lo dejo.

En el utópico Estudiantes de los 60 –en el que los jugadores habían estudiado en el colegio, y la afición presumía de pocos americanos y mucha testiculina-, un entrenador visionario propuso una estrategia que a partir de entonces fue seña de identidad. Los partidos tenían que jugarse a campo abierto y a toda pastilla, pues el exceso de velocidad era el único modo de compensar la ausencia de centímetros. El ritmo alto, por tanto, dejó de ser la consecuencia del fallo del rival y se convirtió en la razón de ser del propio equipo.
Ignacio Pinedo, aquel entrenador, elevó el nivel de sus locos bajitos, e incluso marcó la carrera de alguno de ellos, por ejemplo la de un escolta disciplinado y buen defensor llamado Alejandro García Reneses. Aíto, más tarde, fue su ayudante en la selección Junior española, y en numerosas ocasiones se declaró seguidor de Pinedo, un profesor de francés que jamás necesitó papeles para entrenar porque llevaba el baloncesto entero en su cabeza.
En un caso claro de discípulo que supera al maestro, Aíto está abrochando su carrera en los banquillos con un improvisado homenaje a la figura de Ignacio, pues pocos como él hubieran disfrutado tanto con el ritmo de juego del Joventut esta temporada, y con obras maestras como el partido contra el Madrid del jueves pasado. Un culto al juego a campo abierto, y un protagonista, Rudy Fernández, que en apenas treinta minutos en cancha fue capaz de sintetizar cuarenta años de historia de la Penya. En Vistalegre, Rudy elevó la categoría de tiro tras sucesión de bloqueos que Nino Buscató utilizara en los sesenta, nos recordó la puntería de Margall a lo largo de sus veinte años de carrera, y superó la velocidad y plasticidad de Jordi Villacampa finalizando contraataques de póster en color. Y todavía tuvo tiempo para disfrazarse durante un rato de Moka Slavnic (el genial y maleducado base yugoslavo que en Badalona tantos recuerdan), con alguna salida de tono que su madurez debería ir colocando en el lugar apropiado, pues el escolta verdinegro es ya mucho mejor jugador de baloncesto que provocador de rivales. A ver si se olvida de ellos, y nos sigue deleitando a campo abierto, aquí y en los Blazers.

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