UNA HISTORIA VERDADERA

Pese a que era sábado, no conté más de 200 personas en el Tenis Chamartín –mi club- aquella fría tarde madrileña de noviembre de 2004. Se jugaba el Campeonato de España de Clubes, un evento clásico de final de temporada con una gran historia –en cantidad y calidad- detrás. Antes de la mundialización del tenis, este tipo de torneos tenía un interés bárbaro, porque medía el trabajo de las distintas escuelas, y su capacidad para crear o atraer figuras a sus instalaciones.
El Real Club de Tenis Barcelona era entonces el máximo favorito. Su sala de trofeos está repleta de estos títulos. Se enfrentaba sobre tierra batida al anfitrión madrileño. El ranking marcaba unos partidos muy desiguales: Albert Costa, por ejemplo, batió a un jovencísimo Verdasco. Feliciano López –madrileño fichado en Barcelona- también cumplió contra Tati Rascón, un tenista de libro Guiness en los torneos nacionales. Y resultó que el partido que debía poner fin a la eliminatoria podía ser el de Rafa Nadal, recién seleccionado para completar el equipo de la Final de la Copa Davis en Sevilla contra Estados Unidos, frente a Quino Muñoz, en aquel momento un simple jugador de club, sin puntos ATP y recién salido de una lesión. Es decir, un entrenamiento con público. Pero Quino bordó el tenis, consiguió que a Rafa se le encogiera la muñeca, y lo batió en dos sets inolvidables ante la incredulidad de aquellos doscientos privilegiados, a los que ni siquiera nos habían cobrado entrada. Unos días más tarde, Nadal le ganaba a Roddick el segundo punto de la eliminatoria de la Davis delante de 25.000 personas, e iniciaba su biografía de leyenda. Si los americanos se hubieran enterado de la hazaña del madrileño, fijo que le hubieran hecho un hueco en Sports Illustrated. Cuatro años y medio después, el tenis le sigue debiendo a mi compañero de club su partido frente a Roddick.

Diario Público, octubre 2008

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