CHILDRESS EN OLYMPIAKOS, PERO TAMBIEN PAPALOUKAS Y GREER

Los que hayan jugado, a cualquier nivel, tendrán alguna vivencia parecida: se llegaba al patio del rival, con los aros duros y el ambiente desapacible, y siempre aparecía un contrario con las mejores zapatillas del mercado, los pelos a la última, y unos movimientos en la rueda de calentamiento que daba gusto verlos. Reversos, diez mil botes entre las piernas, incluso algún mate para terminar de pintar el cuadro. Al mismo tiempo, agazapado, andaba por allí el gordito de turno que corría a su ritmo, tiraba a su ritmo, incluso tenía tiempo para saludar a los amigos que se habían acercado al patio porque les pillaba cerca de casa.
Cuando el partido comenzaba, la inercia llevaba la vista hacia el aparente, hacia el del calentamiento imponente. El que le daba color al partido. Cuando pasaban los minutos, se veía que allí el que mandaba, el que iba a liderar el asunto y a dar los pases justos en el momento preciso, era el cabrón del gordito.
Durante los minutos que se pasaba sentado en el banco, la estética del partido parecía mejor, había más botes entre las piernas, más reversos, más parafernalia. Pero era volver a la pista el gordito, y cambiar inmediatamente los fuegos artificiales por baloncesto a ras de suelo, por dinámica de pases precisos, de bloqueos oportunos, y por jugadas acabadas en triples que minaban la moral del visitante.
En la victoria del Olympiakos frente al Madrid, en el primer partido del playoff de Euroliga, se vio claramente el fuego artificial del equipo griego, que les hubiera llevado a la derrota, y el gordito -en este caso dos- que se conoce al detalle el negocio de la Euroliga. Childress es el capricho del armador que se lo trae porque se lo puede permitir, pero también porque, al mismo tiempo, se compra a Papaloukas y a Greer para que controlen el percal cuando el rival se está convenciendo de que aquella cancha puede ser jauja.
Mientras el habitat natural de Childress es la NBA, y un rico se lo ha traido a Atenas como quien se trae un leopardo para exhibirlo en una jaula dorada, el habitat de Papaloukas y Greer son los partidos con ambiente, a medio campo, punto a punto. Es decir, la Euroliga en este preciso momento.
El Madrid lo tiene complicado, pero sólo tiene una posibilidad: dejar que el leopardo se mueva mucho por la cancha, y atar a Papaloukas y a Greer desde la rueda de calentamiento. Desde el sillón de casa la fórmula parece cristalina.

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