LA PROPIEDAD DEL INVENTO

En el patio del colegio donde me hicieron deportista, jamás hubo canastas y porterías para todos. El que traía la pelota, como mucho elegía compañeros, pero el campo era de todos. Seis balones significaban seis desafíos, y una enseñanza por encima del resto: el baloncesto, o el fútbol, era propiedad de todo aquel dispuesto a jugarlo, incluso en aquellas condiciones.
José Calderón, que se fue a la NBA no sólo para jugar, sino para que los demás se enterasen de lo bien que juega, ya es propietario de dos estadísticas individuales en Toronto. Es el que mejor lanza tiros libres de la franquicia, y ahora también es el mejor pasador. Pero él, lógicamente, ubica esos premios en el lugar correspondiente, siempre un paso por detrás del resultado del equipo. Está bien, dice, pero preferiría ganar más partidos. A lo largo de la mañana de hoy, Navarro, a quien en mi patio le hubiéramos pasado los seis balones a la vez, batirá a Epi como mayor triplista del Barça. Es un récord con asterisco, porque Epi jugó varios años sin línea de tres puntos, y queremos pensar que Juan Carlos también lo cambiaría por cualquier título de su equipo.
Ahora que son hombres-récord, me encantaría participarles de la extraña reacción que contemplé de un grandísimo mito de nuestro deporte, en un informal corrillo de veteranos. Uno de ellos, más joven y mucho peor jugador, contaba como otro compañero de entonces había sido capaz de anotar 44 triples seguidos en un entrenamiento. Mientras el resto se asombraba y requería más información, el mito decidió burlarse del suceso, sacando los colores al narrador: “venga hombre, 44 seguidos… eso es imposible ¿seguro que no mirabas a la grada mientras contabas?”. El corrillo inmediatamente se disolvió, pero aquella anécdota le dejó al narrador la sensación de que aquel jugador había decidido creerse el único dueño del patio.

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