Sergio Rodríguez y las apariencias que engañan


Decía José Luis Garci a sus Cowboys de Medianoche que es muy difícil captar en el cine los matices del deporte. Estamos de acuerdo. Películas de baloncesto, por ejemplo, hay muchas, pero la única que nos sigue mereciendo la pena es Hossiers, más que ídolos, con Gene Hackman bordando el papel de entrenador aparentemente duro. Con ganas, aparentemente, de querer mandar a la mierda a cada rato a los habitantes del pueblecito naif de Indiana (donde regalan cortes de pelo a los adolescentes por ganar partidos de baloncesto a los pueblos rivales), pero no pudiendo hacerlo porque en realidad está totalmente colado por la profesora Barbara Hershey desde el primer minuto de metraje, y quién no. Ah, y acaba ganando la liga, que nunca viene mal para que a uno lo quieran.


Hacia mediados de su primera temporada en la élite, meses antes de disputar unos minutos en la final ACB con el Estudiantes frente al Barcelona, a Sergio Rodríguez le tocó hacer de embajador de un proyecto de la Fundación del club. Los jugadores tenían que visitar la Residencia de niños en tratamiento de la Asociación Española contra El Cáncer. Sergio, aparentemente, estaba pasando un trago muy, muy amargo aquella mañana. Una de las personas que estuvo conmigo en la Residencia, jamás ha podido olvidar una puesta en escena asustadiza, tan aparentemente superada por la dureza del ambiente. ¿Y éste va a ser capaz de hacerse un hueco en una profesión de súper hombres?

Dos veranos después, en la semifinal del Mundial de Japón 2006 que cambió la Historia de nuestro baloncesto, con los machotes argentinos dando estopa en cada defensa, ese mismo chico de apariencia frágil había cogido al equipo por la pechera y delante de 15.000 personas, con apenas 20 años y todavía con su cara de niño disimulada después con su barba infumable, llevaba a los súper hombres en volandas; "seguidme, joder, que os veo a todos con cara de susto".

Sergio acaba de hacer una preciosa carta de jubilación en la que nos dice a todos que nos quiere mucho, para colar su verdadera intención, que a mi no me engaña; "siempre soñé con retirarme... ganando mi último partido". Por detrás, queda una carrera profesional de un chaval aparentemente fragil, que se lo ha pasado como ningún otro ganando muchísimos partidos de baloncesto. De Madrid a la NBA, de Rusia a Italia, Sergio no desaprovechó un atractivo y retador lugar profesional por explorar. Todos le interesaron, a todos se adaptó, a todos llevó su aparente fragilidad y el control absoluto de la escena, muchas veces hasta el abuso de rivales en los choques realmente importantes, a los que aportaba un sello tan diferencial que dejaba fuera de foco al resto de súper hombres que lo rodeaban.

Si alguna vez me lo pidiera un José Luis Garci de la vida, el de Sergio es el papel de ficción deportiva que realmente me gustaría interpretar más que cualquier otro. Llevo practicando un tiempo. Hoy, por ejemplo, me he levantado dando un salto mortal. Me he quitado el pijama sin usar las manos. Dando volteretas he llegado al baño. Le he dado buenos días (por si acaso) a mis padres y hermanos. Porque hoy, hoy no sé por qué… ¡¡¡Pero voy a GANÁRMELO bien!!!




















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